domingo, 17 de enero de 2010

El problema

- ¿Eso te escribió?
- Sí. Decía que la charla que tuvimos la primera vez que fue al club lo ayudó a comenzar un camino. Que ahora es más feliz, que se pudo ir definiendo mejor a si mismo y hablar de lo que sentía y quien sentía que él era, con la gente que le importaba. Y eso gracias a unos minutos que charlamos una tarde.
- ¡Bien Nene! Me imagino que eso te hace sentir bien, ¿o me equivoco?
- No, estás en lo cierto. ¿Cómo no me va aponer bien? Yo lo tomo casi como una militancia. Ya sea dar una nota periodística, colaborar con un estudio académico o charlar con alguien que no sabe con quien hablar, para mi es la misma cosa. El problema es que del tema se habla poco y mal. Por lo general en tu familia no lo hablás al comienzo. Si buscás en los medios masivos, lo que encontrás son estereotipos: el puto es un mariposón que vive en una nube de pedo; las travestis están para el chiste y las lesbianas no existen en ningún discurso de poder. Viste que en los últimos años fueron apareciendo personajes homosexuales, pocos, y no muy felizmente caracterizados, pero lesbianas, ¿viste alguna en los medios masivos?
- En lo de la Negra Vernaci, tenía un espacio que era: los lunes torta, o algo así.
- Ok. Pero es la Negra y es una isla. No es nada frecuente que los medios en general, y digo diarios, radio y televisión principalmente, dediquen espacios a debatir el tema. Primero que los medios ya no generan debate, solo bajan línea y segundo que siguen la política “de eso no se habla” porque le siguen teniendo miedo a los grupos de poder, tipo iglesia católica. Si cubren una noticia como el casamiento de Alex y José María, al lado ponen una columna de opinión de un jurista recontra católico o de un profesor de teología moral.
- ¡Qué farsa esa! La iglesia, siguen jodiendo con sus discursos represivos y descalificatorios y no se hacen cargo ni ahí de lo que tienen dentro. ¿Vos leíste o escuchaste algún pedido de disculpas por lo del obispo condenado por corrupción de menores?
- No seamos ingenuos, Sergio. Me acordé de un chiste viejo. ¿Sabés como le dicen a la iglesia? Pollo al espiedo.
- No lo sé ese chiste, ¿por qué?
- Porque están quemados hasta el culo y siguen dando vueltas. ¿Conocés una institución que cargue en su haber los genocidios más atroces, llevados a cabo por cientos y cientos de años y siga de copete alto, señalando como maestra vieja y queriendo imponer una moral que no practica?
- ¿Tanto? ¿Genocidios?
- Sí Sergio. Pensá que durante unos mil quinientos años manejaron casi en exclusividad los contenidos de la historia. Y ni así pudieron hacer desaparecer las señales de sus matanzas desde los comienzos de su existencia. La historia oficial cuenta que los cristianos eran asesinados en el circo romano, pero hay historiadores que postulan que era al revés, que los cristianos se habían convertido en una secta violenta y mataban a los que no se convertían, eso allá por el año 300 aproximadamente. Y pensá que después repitieron el formato hasta el cansancio: los genocidios de mujeres acusadas de brujería durante cientos y cientos de años; los asesinatos en masa de los que se oponían al poder del vaticano, fueran curas, científicos o lo que fueran; genocidios de islámicos en las cruzadas con la excusa de recuperar los lugares santos; genocidios de pueblos originarios en América con la excusa que no se convertían. Abusando de su poder terrenal expulsaron de Europa a moros y judíos, solo para quedarse con sus propiedades. Más acá, en el siglo XX, tuvieron un papel lamentable durante la segunda guerra mundial y la basura de Ratzinger –que no tiene empacho en admitir que fue miembro de las juventudes hitlerianas- sigue justificando el accionar del Vaticano durante el holocausto. Y en Argentina (y todo Latinoamérica) la mayoría de la iglesia católica en complicidad con los genocidas militares de todas las dictaduras.
- Pero hubo excepciones.
- Seguro. ¿Y cómo les fue? Durante los años de plomo la mayoría de los obispos y curas y monjas que tenían una voz propia, denunciando las barbaridades de los milicos aparecieron muertos, muchos en sospechosos accidentes. Pero me fui al carajo ¿no? Estábamos hablando de otra cosa.
- Todo tiene que ver con todo.
- Menos el culo con la mermelada.
- Cierto.
- …
- Nene, ¿estás ahí?
- Sí. Trataba de pensar cómo llegamos a hablar de esto. Si arrancamos de la falta de presencia que tiene la realidad de homosexuales, lesbianas y travestis en los medios y, se me ocurre agregar, en la educación.
- No es casual.
- No.
- Yo creo que los cambios se van a dar pero muy lentamente.
- Puede ser. Pero hay levantar la voz. Si no, nadie la va a levantar por nosotros.
- Estás combativo.
- Un poco.
- Bueno, te dejo que me llaman a cenar. Beso.
- Beso. Hablamos.

viernes, 15 de enero de 2010

Mienten, segunda parte

¿Que no te aburro? ¿Que querés que siga? Se me ocurre entonces contarte de gente que conozco y sé que mienten: los curas con los que tuve sexo; los curas que crucé en las fiestas de Osos, buscando sexo para el momento; todos los hombres casados con los que tuve sexo y que les dicen a sus esposas que están trabajando cuando vienen a casa, o dicen que están haciendo horas extras cuando nos encontramos en el sauna, que están con los amigos del café y somos seis en la misma cama, que fueron al sauna a descansar un rato y nunca admiten que van a buscar sexo con otros hombres; los policías y militares que conocí y piden “absoluta discreción” porque en la fuerza les resultaría imposible sostener su lugar si se supiera que tienen sexo con hombres; lo mismo que los funcionarios públicos; también están los que se obsesionan con que no les saques una foto porque nunca se sabe donde terminan las fotos (y si terminan en su sitio gay ¿las esposas y los jefes del trabajo miran esos sitios? No saben ellos que aun en internet no hay buscadores de caras y aunque la foto se publique con un nombre todos usan un nombre falso ¿qué riesgo corren?); los que son gays de toda la vida, pero no pueden decirlo en voz alta y mienten una soltería que los destroza por dentro; tantos. Entonces sos vos quien me comienza a poner ejemplos: el falso brasilero que conociste hace poco y que no sabe ni escribir su nombre robado sin errores de ortografía, y que se inventó además una familia de diplomáticos en São Paulo, una religión distinta a la propia, una profesión incomprobable, un mismo empleo que cada vez que es mencionado es diferente, una cadena de negocios que administra y esa costumbre de adjudicarse cargos en el club de Osos, que imaginación, te sorprendés, si hasta se inventó un hermano en las torres gemelas el día que las voltearon. ¿Y Corchito? Me provocás con la mención de su nombre, que se inventó un lugar de trabajo –parecido al que tiene, pero con más nivel-, unos eternos estudios cursados –casi veinte años de universidad-, viajes por el mundo sin poder dar ningún detalle de los lugares “visitados”, y hasta un empleo como espía de una agencia secreta de los Estados Unidos; me contás todo con una sonrisa, porque a pesar de lo extraño de lo contado, todo es posible, pero cuando recordás que te dijo que era activo, ahí no aguantás y largás la carcajada, si Corchito es activo, yo soy hétero me decís, y los dos nos reímos con ganas. Entonces te cuento de Guillermo, yo ya había oído que era diácono y cuando intenté entablar una charla sobre tema religiosos, comprobé que no sabía nada ni de teología, ni de liturgia, ni de exégesis, ni de hermenéutica, ni de historia de la iglesia y que era muy poco probable que haya pasado por un seminario cinco años sin aprender nada de eso. Una vez más me interpelás con la mirada. Un breve silencio y tu reflexión clara: te pregunté por las mentiras y terminamos hablando de mitómanos; no es lo mismo, concluís. Tampoco es lo mismo mentir que no aceptar la verdad, reflexiono. Me decís que vos elegís no hablar con algunas personas de lo que no querés hablar. Te digo que los curas a eso lo llaman restricción mental, que para ellos no es mentir, pero para mí se parece mucho. Me mirás en silencio una vez más. Entonces te digo que hace tiempo que busco la fórmula perfecta, que pueda reflejar en dos o tres conceptos – un sabor, un color, un aroma, un sonido- la inmensa claridad que nace de tus ojos.

jueves, 14 de enero de 2010

Mienten

La charla nos lleva a los que mienten todo el tiempo. Me mirás y con sincero interés preguntás por qué creo yo que los putos mentimos tanto. A ciencia cierta no lo se, te digo, pero debe tener que ver seguro con nuestra historia de mentiras a lo largo de la vida. Pensá, te invito, que desde que nos damos cuenta que lo que nos atrae es otro tipo, otro hombre, tenemos que disimularlo y esconderlo y mentir nuestros deseos y sentimientos. Cuando en la adolescencia nos preguntaban por qué no teníamos novia teníamos que mentir diciendo, por ejemplo, que aún no había aparecido la chica indicada. Ya grandes, cuando nuestros padres nos pedían nietos, seguimos mintiendo y diciendo que ya llegarían. O cuando un hombre comeinza a ser frecuente presencia en nuestras vidas, lo presentamos como un amigo, un socio, o lo que sea. Yo, cuando estaba con el cura, lo presentaba como mi superior, y el cura mentía que él era célibe y yo mentía que yo era célibe; o con el camionero, con quien estuve diez años, siempre lo presenté como socio, alguien que había conocido en los años de seminario –él fue hermano marista- y nos habíamos reencontrado tiempo después; o cuando aquella amiga me dijo que estaba enamorada de mi, le inventé que aún no sabía si volvería al seminario y que por eso no podía corresponderle a sus sentimientos; no pude decirle que yo no sentía lo mismo por ella, porque ella no era hombre. Y así podría seguir un largo rato. Ese entrenamiento creo que nos predispone –o predispone a algunos - a seguir fabulando una vida que les gustaría más que la que tienen, te argumento sin tener ninguna confirmación de estar en lo cierto. Si durante toda la vida, desde chicos, nos inventamos una vida falsa y parecía que todos se la creían, ¿por qué no inventarnos ahora una vida que nos guste más que la que tenemos?, pregunto. Te miro y no vi sorpresa en tus ojos. ¿Será que vos también acomodás la realidad a tu gusto? Te cuento de Miguel, el camionero, que cuando lo conocí me dijo que vivía en la provincia de Formosa y resultó que vivía en una pensión en La Matanza. Que tenía cuatro nombres y luego cuando me contó que tenía un hijo, dos de los cuatro nombres se los adjudicó al chico y dijo que él usaba los del hijo para tenerlo presente. ¿Habrá tenido un hijo? Me dijo que tenía una casa en el interior del país. Luego me dijo que se la puso a nombre del hijo. ¿Habrá tenido una casa? Me dijo que tenía un auto. Luego dijo que lo cambió por un motor nuevo para el camión. ¿Habrá tenido un auto? Te cuento de Antonio, quien la noche que lo conocí en Contramano me dijo que era psicólogo, que había cursado en los años en que la universidad estaba politizada y había sido miembro de la juventud universitaria, que mientras estudiaba trabajaba en la Fiat y era el secretario de Oberdan Salustro cuando lo secuestraron los del ERP, que era piloto de avión, que se había jubilado del estado como perito asesor del supremo tribunal de justicia, que coordinaba grupos terapéuticos, que había quedado huérfano a los cuatro años y por eso estuvo internado en un instituto de menores hasta que una familia que visitaba el instituto (para acompañar a los niños sin familia) lo adoptó y que el hijo único de esa familia había sido su primer hombre, a los quince años en una siesta de verano, que nunca había tenido novia y que no bebía alcohol en lugares cerrados. ¿Hace falta que te diga que era todo mentira? Que nunca había aprobado una materia en la carrera de psicología donde había comenzado un par de veces; que había terminado la secundaria en el ’84, de modo que difícilmente había podido estar en la universidad en los setentas; que trabajó en la Fiat de vendedor de repuestos y no de secretario del presidente de la empresa; que nunca había estudiado para piloto de avión; que no era jubilado del estado; que no coordinaba grupos terapéuticos –sí asistía a uno, como paciente-; que no quedó huérfano a los cuatro años, sino que los padres se separaron y el padre, quien quedó a cargo , lo internó porque no sabía cómo criar un chico él solo; que del internado lo sacó la madre a los 17 para que trabaje para mantenerla; que su primera experiencia con hombres la tuvo a los seis años , en el internado, con el cura que les venía a dar misa; que el supuesto adolescente hijo único (tampoco eso era cierto, tenía una hermana)fue su primera pareja cuando andaban por los treinta años, por quien dejó a la novia con quien estaba por casarse; ¿hace falta que te cuente todo lo que tomaba, tanto en lugares abiertos como cerrados? Sí ya sé, no hace falta que me lo digas, tuvo una vida bastante de mierda, pero ¿por eso necesita inventarse una totalmente diferente? Puede ser, ¿quién soy yo para decir lo contrario? Tal vez por vivir vidas jodidas como ésta, muchos prefieran fabular y mentir y tratar de engañar. Fijate Martín, el gordito de ojos claros, ese que te parece lindo pero demasiado mujer. Primero dijo que era hijo de un senador, que era cirujano, que trabajaba en California, en los Estados Unidos; luego, como se lo veía seguido por Buenos Aires, dijo que había decidido volverse; después contó que su madre era jueza, que su familia era dueña de empresas, y no me acuerdo cuanto más. Pero te estoy aburriendo. Te estás quedando dormido y no me interrumpís. Mejor hablemos de otra cosa.

miércoles, 6 de enero de 2010

El pibito

Mi amiga la Tere dice que veo gays por todos lados. Mi amigo Carlos dice que uno ve en el otro lo que quiere ver. Diego es optimista, interpreta como una gloriosa expresión de deseo que algún hombre hermoso pueda ser homosexual.
En este caso, yo no me di cuenta que el pibito era gay, hasta que él me lo dijo. Lo sospechaba, pero nunca lo habría afirmado.
Al pibito lo conocí cuando comencé a trabajar en radio, a mediados de los ochenta. Me habían ofrecido un espacio en una radio de pueblo y al ir tomando contacto con los que por allí deambulaban, lo conocí. No tenía más de catorce o quince años. Alto, flaco, desgarbado, el pelo negro un poco largo, mirada tímida y triste. Se acercaba a la radio, como era típico de aquellos años, con una pila de vinilos debajo del brazo. Se quedaba mirando desde los controles y sin hablar. Hasta que le ofrecieron musicalizar un espacio. Le fue pasando los impecables long plays al operador y señalando los tracks. Un día faltó un operador y el pibito estaba allí con su pila de discos. Le preguntaron si se animaba a operar y aceptó. En poco tiempo se convirtió en operador y musicalizador de la radio. Así lo conocí. Luego yo dejé esa radio cuando fui convocado para dirigir una nueva emisora en el mismo pueblo. Allí, algunos meses después, volví a trabajar con el pibito, ahora operador de la nueva radio. Pero no fue por mucho tiempo, por cuestiones que adujo personales, dejó su puesto y perdimos contacto por un breve tiempo.
Como teníamos vínculos comunes lo encontraba de cuando en cuando en reuniones y fiestas en casa de amigos. Casi siempre llegaba y se iba solo.
Pasada la primera mitad de los noventa, un día, recibí un llamado telefónico suyo. Me invitaba a una reunión para hacerme una propuesta. Tomé la dirección y fui. Era en casa de otro chico de más o menos su edad (pasando los veinticinco). La propuesta era hacer juntos un nuevo formato de radio. Yo tenía ya mi emisora y ellos una idea nueva. La concretamos y fue un éxito.
Por esos días el pibito tenía una novia, con la que terminó pronto, y a pesar que ella lo llamaba por teléfono y le mandaba regalos a la radio, él no quiso volver a salir con ella. Durante los cinco años siguientes nunca más una novia. Ya pasaba los treinta el pibito (ahora el pibe) y yo me fui del pueblo y la experiencia de radio compartida terminó.
Mi ida tuvo que ver con el final de una larga relación y la necesidad de nuevos aires. Una tarde en la radio, poco antes de la partida, mencioné al pasar cual era el motivo real de mi alejamiento del pueblo (por aquellos años yo seguía en el más absoluto closet). El tuvo una frase de comprensión.
Poco después de llegar a Buenos Aires me fui convirtiendo en un puto famoso, al año ya había estado en radio con la Negra Vernaci y había salido mi foto en un par de revistas. Entonces el pibe me mandó un mail. Con alegría le respondí y comenzamos a intercambiar noticias de ambos. Hasta que en uno de los correos me contaba que hacía tres años estaba en pareja con un médico de un pueblo vecino y que les gustaría venir a una de nuestras fiestas de Osos. Le pasé día, hora y lugar y allí nos volvimos a encontrar, seguía flaco, desgarbado y comenzaba a perder el pelo, ahora más corto; la misma mirada tímida ya no era triste. Me presentó a su pareja y pasamos algunas horas compartiendo unas cervezas, música y charlas triviales.
Aún mantenemos el contacto vía mail. Él sigue sin salir del closet y es feliz a su manera.

domingo, 3 de enero de 2010

¿Venís siempre a bailar acá?

No hacía mucho que habíamos comenzado con Doble Ancho, el programa de radio del club de Osos de Buenos Aires, cuando los directivos de la radio nos invitaron a compartir una fiesta en el boliche en que ellos animaban las noches de los martes, en Ramos Mejía.
Nos juntamos poco más de una docena de Osos y cazadores del club y a la hora señalada estuvimos en la puerta del mítico Pinar de Rocha del oeste bonaerense. El lugar se presenta como en sus años de esplendor, en los setenta. Con el plus de haber sumado los nombres y frentes de los principales boliches de aquellos años e incorporarlos como parte de la escenografía del lugar.
La de los martes es la noche gay. Sergio, uno de los directivos de Argentina Gay Radio está a cargo de la conducción. A medida que avanza la noche el lugar se va llenando y, como era de esperar, los únicos Osos éramos nosotros.
La velada incluía cena-show y luego baile. Concluida la primera etapa y viendo que no había más Osos que los conocidos decidí volver a casa. Recorrí una vez más el lugar para pasar –tal vez por última vez- por todos los recovecos que guardaba en la memoria y, cuando ya estaba por atravesar el último de los puentecitos que forman parte de la ambientación, lo vi. Un Oso de características inusuales. Alto, como de un metro noventa, redondo por donde se lo mire, cabello no muy corto rojizo y barba completa: un verdadero vikingo.
Sin perder tiempo (me dije que debía dar el primer paso si no quería perder ante los otros interesados que yo sabía eran parte de mis amigos en aquella ocasión) me acerqué con naturalidad y traté de iniciar una conversación. Solo atiné a decir hola.
Sin responder giró sobre sus talones quedando de frente a mi, yo contuve el aliento. Me miró con severidad y desaprobación. Yo, que había pensado comenzar por elogiar sus perfectas características osunas, cambié de estrategia en el momento y sin nada mejor que decir, opté por aquel lugar común tan típico de los setenta, como el ambiente en que estábamos: ¿venís siempre a bailar acá? pregunté.
Sí, -respondió el vikingo, y los segundos que siguieron se hicieron eternos – soy el jefe de seguridad del boliche. – dijo mientras me apartaba con una mano enorme (que yo ya había imaginado acariciándome) y pasó a mi lado sin mirarme para perderse en la multitud de los que bailaban frenéticamente al ritmo de la música de moda.